Alrededor del mundo by Laurent Mauvignier

Alrededor del mundo by Laurent Mauvignier

autor:Laurent Mauvignier [Mauvignier, Laurent]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2014-09-01T00:00:00+00:00


* * *

Y esa misma noche podrán sorprenderse y conversar ampliamente, al abrigo del lecho y en la comodidad de una habitación de agradable y fresca temperatura, sobre ese perentorio afán de hazañas (¿cómo describirlo si no?) que de pronto se apoderó de Stuart cuando se toparon, en una pista llena de baches y alejada de la última carretera asfaltada, con un grupo de leones. Un macho, una hembra y tres cachorros. Mandaron parar los coches, haciéndose señas mientras abrían las ventanillas, moviendo brazos y manos, agitándose para mostrarle a los demás todo lo que había que ver dentro de un campo de visión inverosímilmente largo: los somnolientos leones que formaban casi un círculo y, en el centro, la carcasa aún sanguinolenta de una gacela. Pesados nubarrones color pizarra o antracita manchaban el horizonte y al fondo, tras los árboles cuyas siluetas se perfilaban en negro sobre el sombrío azul de una masa indistinta que se confundía con las nubes, se divisaban jirones de cielo, parduzcos como cigarros, que a veces viraban a una oscura tonalidad de brea. Todo ello en una lejanía borrosa, envuelta en los vapores y el húmedo, brumoso calor que ahogaba cada forma y cada tono en una especie de halo lechoso y difuso.

Pero apenas si habían dispuesto de tiempo para captar la escena —y de conmoverse ante el cuadro de los leoncitos limándose uñas y dientes sobre la enrojecida carcasa, de su madre relamiéndose por momentos, saciada, apaciguada y casi somnolienta—, de entender lo que se les ofrecía a los ojos, ese espectáculo con toques marrones y verde esmeralda, colores que empalidecían en la distancia, y un cielo de aspecto mineral, con las sombras de las nubes acariciando la aridez del suelo, sus destellos de blancura, y una filtrada luz percutiendo en los yerbajos, los guijarros, las cavidades, el polvo y los árboles, que ya Stuart había saltado del coche y se abalanzaba hacia los leones, con un movimiento imprevisible, un salto rápido y ágil, sin prestar atención al grito de Stephen a su espalda (y todavía menos al del conductor, que supuestamente debía proteger a los huéspedes de los riesgos potenciales y del propio peligro que ellos representaban por sí mismos), ni tomar otra precaución que la de avanzar mirándolos fijamente, como si quisiera prevenirlos de su llegada. Mark y Christina fueron los primeros en comprender lo que pasaba, porque se hallaban de pie en su coche, inclinados sobre el techo descubierto, uno asiendo unos gemelos y la otra una cámara de espectro ultrasensible a las variaciones lumínicas. Reprimieron un grito, ya que ante todo no se debe espantar a los leones ni molestarlos, y hasta entonces dichas fieras no se habían movido, no parecían haberse percatado de nada, tal vez simplemente se sentían a salvo o les daba igual y descansaban en familia, luego de un almuerzo lo bastante copioso como para permitir que cierto torpor le llevara la delantera a su sentido de la vigilancia. Pero Stuart había continuado avanzando, lenta, silenciosamente,



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